sábado, 29 de diciembre de 2012

INFANCIA Y JUEGO EN EL S. XIX

Las líneas que a continuación se exponen proceden de uno de los tomos de la Biblioteca de las Tradiciones Populares Españolas, concretamente del segundo, monumental proyecto destinado a recuperar las tradiciones populares de los pueblos de España -folklore, juegos, cuentos, etc.- dirigido por Antonio Machado y Álvarez, reconocido antropólogo y folklorista de la segunda mitad del siglo XIX. La obra, con contribuciones de diferentes personalidades, vio la luz en el año 1884.




El texto al que dedicamos esta entrada -ubicado en el prólogo- está escrito por Sergio Hernández de Soto, figura de relevancia por recopilar numerosos cuentos y juegos en Extremadura. El mismo es quien se encarga de escribir la parte correspondiente a los juegos del citado territorio.



Seguramente, el lector de estas líneas se verá sorprendido -no es para menos- por la gran actualidad de este escrito procedente del último cuarto del siglo XIX.

Hernández de Soto señala lo siguiente:


"La civilización ha dado un paso de gigante en lo que va del siglo XIX. ¡Qué diferencia entre los siglos pasados y el presente! La misma naturaleza parece como que toma parte y parte muy activa de esta carrera vertiginosa, con lo que la humanidad camina desatentada como caballo sin freno. Al terminar el siglo XVIII y a principios del XIX, los niños, por regla general, no eran hombres hasta cumplir veinte años y nadie se extrañaba de verlos a los diez y siete o los diez y ocho, si no confundidos, porque las edades se buscan, al menos jugando con el mismo entusiasmo y a los mismos juegos que jugaban los que sólo contaban ocho o diez años. Ver a las niñas de doce a quince años jugando a las chinas u otros juegos análogos, era lo más normal del mundo. Así se comprende que tuvieran tiempo, no sólo para aprender toda clase de juegos, cuentos, etc., sino para enseñarles a su vez a los otros niños que les sucedían, conservándolos en la memoria de toda la vida.


¿Qué acontece hoy? Todo lo contrario. Los niños, cuando llegan a tener doce años, parece como que se avergüenzan de practicar aquello mismo que hace medio siglo causaba la delicia de los muchachos de su edad: no quieren ser niños, y prematuramente pretenden ser hombres. Miran con cierto desdén a los otros niños de menor edad, como compadeciéndolos porque aún no son hombres como ellos, sin cuidarse para nada en enseñarles aquellos juegos, cuentos o canciones que a ellos les enseñaron en los primeros años de su infancia. Pero ¿cómo han de tener tiempo para enseñar si no lo han tenido para aprender, y si algo aprendieron procuraron olvidarlo, quizá para no recordar que han sido niños?"


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