Las líneas que a continuación se exponen proceden de uno de los tomos de la Biblioteca de las Tradiciones Populares Españolas, concretamente del segundo, monumental proyecto destinado a recuperar las tradiciones populares de los pueblos de España -folklore, juegos, cuentos, etc.- dirigido por Antonio Machado y Álvarez, reconocido antropólogo y folklorista de la segunda mitad del siglo XIX. La obra, con contribuciones de diferentes personalidades, vio la luz en el año 1884.
El texto al que dedicamos esta entrada -ubicado en el prólogo- está escrito por Sergio Hernández de Soto, figura de relevancia por recopilar numerosos cuentos y juegos en Extremadura. El mismo es quien se encarga de escribir la parte correspondiente a los juegos del citado territorio.
Seguramente, el lector de estas líneas se verá sorprendido -no es para menos- por la gran actualidad de este escrito procedente del último cuarto del siglo XIX.
Hernández de Soto señala lo siguiente:
"La civilización ha dado un paso
de gigante en lo que va del siglo XIX. ¡Qué diferencia entre los siglos pasados
y el presente! La misma naturaleza parece como que toma parte y parte muy
activa de esta carrera vertiginosa, con lo que la humanidad camina desatentada
como caballo sin freno. Al terminar el siglo XVIII y a principios del XIX, los
niños, por regla general, no eran hombres hasta cumplir veinte años y nadie se
extrañaba de verlos a los diez y siete o los diez y ocho, si no confundidos,
porque las edades se buscan, al menos jugando con el mismo entusiasmo y a los
mismos juegos que jugaban los que sólo contaban ocho o diez años. Ver a las
niñas de doce a quince años jugando a las chinas
u otros juegos análogos, era lo más normal del mundo. Así se comprende que
tuvieran tiempo, no sólo para aprender toda clase de juegos, cuentos, etc.,
sino para enseñarles a su vez a los otros niños que les sucedían,
conservándolos en la memoria de toda la vida.
¿Qué acontece hoy? Todo lo
contrario. Los niños, cuando llegan a tener doce años, parece como que se
avergüenzan de practicar aquello mismo que hace medio siglo causaba la delicia
de los muchachos de su edad: no quieren ser niños, y prematuramente pretenden
ser hombres. Miran con cierto desdén a los otros niños de menor edad, como
compadeciéndolos porque aún no son hombres como ellos, sin cuidarse para nada en
enseñarles aquellos juegos, cuentos o canciones que a ellos les enseñaron en
los primeros años de su infancia. Pero ¿cómo han de tener tiempo para enseñar
si no lo han tenido para aprender, y si algo aprendieron procuraron olvidarlo,
quizá para no recordar que han sido niños?"
No hay comentarios:
Publicar un comentario