Tiempos duros, de escasez y muy diferentes a la realidad en la que vivimos hoy día. Así se podría definir la situación de la mayor parte de la España rural de las décadas de 1940 y
gran parte de 1950, marcadas por el hambre y la escasez que se venían arrastrando desde la Guerra Civil. La España rural, en general, era una
zona en condiciones muy precarias y en la que cualquier actividad económica
bastaba para escapar del hambre que tantos estragos causó en aquellos años.
Dentro
del abanico de posibilidades, una actividad que alcanzó gran importancia en zonas concretas de España fue la
extracción de wolframio, mineral con una amplia demanda en un tiempo muy determinado.
El
wólfram, y más aún las personas y entidades encargadas de su explotación, fue
el gran beneficiado de la II Guerra Mundial (1939-1945), conflicto que hizo
temblar los cimientos de Europa, debido al espectacular aumento de su precio. La
Alemania nazi, con Hitler a la cabeza, y las potencias aliadas -Reino Unido o la
Unión Soviética, entre otras- se
disputaban el control de las reservas de este preciado mineral. En el
caso de
Extremadura, y más concretamente en el norte de la provincia de Cáceres,
basta
decir que gran parte de la producción sirvió de alimento para la maquinaria de guerra
con la exportación de wolframio para la construcción de blindados,
cañones o munición
pesada. Explotaciones como las de Acebo o Valverde del Fresno tuvieron
un papel
muy importante durante este período. De esta manera, Franco puso a
disposición
de Hitler gran parte de las explotaciones de wolframio españolas y, de
paso, el
Estado recibió ingresos nada despreciables en una época en donde el
régimen practicaba una economía de autosuficiencia -autarquía-. Además, el mineral fue declarado de interés militar, lo que blindaba su control por parte del Estado.
Tornavacas
se subió al carro de la explotación de este mineral unos años después de
haber
finalizado la Segunda Guerra Mundial. Eran años de escasez, de falta de
recursos,
en donde no existía un sustento económico estable, tal y como hoy en día
ocurre con la agricultura. De este modo, la “fiebre” del wólfram
llegaría a Tornavacas a finales de la década de 1940, pues en el año 1948 ya se empezó a extrarer dicho mineral. Su importancia crecería en los años siguientes (comienzos de la década
de
1950), coyuntura en donde su precio se vio incrementando de nuevo coincidiendo con el desarrollo de otro
conflicto bélico: la Guerra de Corea (1951-1953). Desde finales de la década de 1940, se concedieron decenas de permisos de investigación en diversos parajes del municipio para comprobar si existía este preciado mineral, llevándose a cabo catas sobre el terreno (cortes en las piedras o pequeñas perforaciones). La producción más destacada comenzó a partir del año de 1950 y se centró en tres lugares concretos: en la mina de Santa Ana (a escasos 500 metros del Puerto de Tornavacas; era la mina mejor equipada de todas y en donde, desgraciadamente, perdió la vida un paisano), en la de "Marisol" (comúnmente conocida como "Mirasol", cercana al nacimiento del río Jerte) y en la del Tejadillo (situada en esta amplia dehesa de las sierras de Tornavacas). De todas ellas, sobresalió la extracción de wolframio en la de "Marisol", llegándose a alcanzar una producción de algo más de 7.500 kg. anuales en 1952.
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Antiguas instalaciones de la mina de Santa Ana
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Interior de una de las galerías de la mina Marisol
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Mina del Tejadillo
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Escombrera de la mina del Tejadillo
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Wolfamio extraído de la mina Marisol (abril de 1952).
Enviado a Tejares (Salamanca) para
su procesamiento
Además de estas minas, que en realidad eran, en su mayoría, simples galerías excavadas sobre la roca, existieron decenas de pequeños puntos en donde los tornavaqueños llevaron a cabo pequeños cortes para extraer el mineral (Sillares, zona alta de Becedas, alrededores del Puerto...). Tampoco faltó el
contrabando
–el famoso estraperlo–, una especie de “mercado negro” en donde el
mineral se
pagaba a un precio más elevado. Testimonios orales de tornavaqueños que les tocó vivir esta época, cuentan que, en el alto del Puerto, en varias ocasiones se llegaron a juntar más de un centenar de paisanos para salir en pequeños grupos a la búsqueda del mineral, siempre con el temor de ser localizados por la Guardia Civil, pues el contrabando de wolframio estaba duramente castigado por la ley. Una vez extraído el mineral, a la espera de ser comprado por personas de fuera que directamente venían a Tornavacas a por él, era escondido en casas particulares del pueblo para evitar ser descubierto por las autoridades.
La
minería de wólfram en Tornavacas, teniendo sus años dorados entre 1950 y
1955,
fue a menos durante la década de 1960 y tocó fondo en la los 70, datando
del
año 1974 los últimos permisos de investigación para reactivar la
producción. Pero ya eran otros tiempos: por un lado, el Valle del Jerte,
poco a poco, iba
ofreciendo más posibilidades de sustento económico como, por ejemplo,
con la generalización del
cultivo de la cereza; por otra parte, la emigración disminuyó la mano de
obra
disponible, a lo que hay que sumar el bajo precio de un mineral que había sido
tremendamente importante en los
primeros años del régimen franquista.
No podemos cerrar estas líneas sin hacer un sencillo homenaje, desde las palabras, a todos los paisanos que les tocó vivir en este tiempo de sacrificios, penurias y trabajo de sol a sol. A ellos les debemos el bienestar del que hoy disfrutamos. A ellos les debemos todo. Sin ellos, no seríamos nada. También es de justicia reconocer la iniciativa que tuvo el Grupo de Montaña y Senderismo de Tornavacas en el año 2013, al dedicar la VI Semana de la Montaña Extremeña a sacar del olvido este tema, dando voz a los verdaderos protagonistas de esta historia: aquellos que la vivieron.
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De izquierda a derecha: Teófilo Sánchez, Florentino Marcos y Francisco Sánchez. Tornavacas, 27/04/2013
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NOTA: El contenido aquí desarrollado es parte de un trabajo mucho más amplio que verá la luz en 2023. Seguiremos informando.
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