miércoles, 14 de mayo de 2014

CUANDO LOS CARLISTAS OCUPARON CÁCERES


Juan Pedro RECIO CUESTA
Miembro de AJHEx

Hoy en día no resulta extraño, tanto en la sociedad española en general como incluso en el seno de instituciones educativas, tener una percepción del carlismo bastante alejada de la realidad histórica; esa realidad, aunque intangible, que tanto se afana en rastrear el historiador en su trabajo. Así, no hay quienes lo ven como un mero episodio anecdótico dentro de la Historia Contemporánea española y lo valoran nada más y nada menos como si se tratara de aspecto casi folklórico que se focalizó territorialmente en determinados espacios peninsulares. Pero cuando tenemos en cuenta, y haciendo referencia solamente a lo sucedido en el siglo XIX, que el carlismo sostuvo dos guerras civiles que, incluso, trajeron consigo amplias implicaciones internacionales (contiendas de 1833-1840 y 1872-1876), y otro conflicto de menor intensidad (1846-1849) que afectó especialmente a territorios como Cataluña, vemos que las reclamaciones dinásticas de don Carlos María Isidro de Borbón y Borbón-Parma (titulado Rey de España como Carlos V), don Carlos Luis de Borbón y Braganza (como Carlos VI) y don Carlos María de Borbón y Austria-Este (como Carlos VII) no solamente se trataron de episodios apenas sin importancia, sino que el carlismo se alzó como un reto constante para el Estado liberal que, con sus más y sus menos, se fue implantando progresivamente en España durante esta centuria. Pero no solamente se limitó su acción a las armas –pues tampoco es extraño relacionarlo con un escaso número de desarrapados que actuaban por las montañas-, sino que, ya avanzado el siglo, tuvo representación política en Cortes y llegó a poner en marcha una red de círculos, prensa y propaganda tradicionalista que se extendió por todos los rincones de la geografía penínsular.

Don Carlos V
Don Carlos María Isidro de Borbón
Dicho lo cual, y centrándonos ya en la Primera Guerra carlista, encrucijada histórica en donde se inserta el acontecimiento sobre el que versa este pequeño artículo, señalar que la misma comenzó a vislumbrarse en 1830 tras la promulgación de la Pragmática Sanción, la cual venía a confirmar que una mujer podría reinar en España, y estalló tras la muerte de Fernando VII en septiembre de 1833, pues ambos bandos se venían preparando para el conflicto desde años atrás y la situación era cada vez más conflictiva. Así, la guerra se libró entre carlistas (partidarios del Infante don Carlos) y cristinos o isabelinos (partidarios de la Reina Gobernadora doña María Cristina de Borbón- Dos Sicilias y su hija, que fue entronizada bajo el nombre de Isabel II). La causa que representaba don Carlos en la guerra que se libró en España durante 1833 y 1840, también conocida como la de los Siete Años, fue patrimonio común de muchos españoles, pues no solamente se dirimió la cuestión dinástica sino que su persona encarnaba y representaba, en aquel momento, toda una cosmovisión política, ideológica, económica, social, cultural y religiosa ya existente antes de la penetración del liberalismo en España. De ahí, que, en mayor o menor grado, tuviera soportes en todos y cada uno de los estratos sociales, desechando también, ya de paso, la tan manida e inexacta creencia de que el carlismo únicamente era respaldado y sostenido por la Iglesia y por el estamento religioso.

Si el lector quizá se encuentre sorprendido a raíz de estas aclaraciones que estimamos totalmente necesarias para un buen entendimiento del conflicto, puede que la sorpresa vaya a más cuando señalamos, sin reservas, que la Primera Guerra carlista fue una contienda que tuvo en constante tensión a Extremadura durante estos años. Si bien se produjo una menor actividad bélica que en la porción vasco-navarra, Cataluña o el Maestrazgo, como ya señaló el historiador liberal don Antonio Pirala, fue en el suelo extremeño donde se levantaron los primeros pendones por don Carlos, los cuales fueron severamente reprimidos desde octubre de 1832, momento en que subió al poder el Ministerio encabezado por don Francisco Zea Bermúdez –supervisado y tutelado en todo momento por la Reina Gobernadora, doña María Cristina de Borbón, y la camarilla que se había creado a su alrededor-; represión que se acentuó tras la llegada de don José Ramón Rodil y Campillo, ya en septiembre de 1833, en calidad de Capitán General de Extremadura. Pero a pesar del proceso de depuraciones y extrañamientos que éste llevó a cabo sobre los carlistas extremeños, desde 1833 hasta 1836 diversos jefes de guerrillas como los hermanos Cuesta –don Feliciano y don Francisco, que tuvieron un papel destacado en la Guerra de la Independencia- o los valxertienses don Santiago Sánchez de León o don Alonso Muñoz, entre otros tantos, hicieron todos los sacrificios que estuvieron en sus manos para hacer progresar la causa de don Carlos. Además, no pocas zonas de la geografía extremeña, especialmente la circunscrita a la zona norte de Cáceres, se mostraron reacias a aceptar a Isabel II como Reina y por ello se sucedieron diversos proyectos conspirativos para alzarse en armas y defender los derechos a la Corona de España del ya declarado rebelde, traidor y ex Infante, don Carlos.

Trazada esta breve y necesaria panorámica histórica, nos centramos ya en el episodio objeto de este pequeño artículo, que no es más ni menos que la ocupación de Cáceres por parte de las fuerzas carlistas, hecho que acaeció en los últimos días de octubre y los primeros de noviembre de 1836, cuando arribó a Extremadura la fuerza carlista de mayor envergadura, numéricamente hablando, que había pisado su suelo desde los inicios mismos de la guerra civil[1].

Don Miguel Gómez Damas
Don Miguel Gómez Damas
La fuerza del general carlista don Miguel Gómez Damas, el títulado Ejército Real de la Derecha, salió el 26 de junio de 1836 de Amurrio (Álava), contando con un total de 2.700 infantes y 180 jinetes, además de portar “un obús y un cañón de montaña al cargo de un sargento de artillería y nueve artilleros”[2], y entraba en territorio extremeño el 26 de octubre de 1836, después de 4 meses de operaciones, tiempo en el que había recorrido grandes espacios de la geografía peninsular. Hasta su llegada, había sufrido reveses, pero también había cosechado notables triunfos.
A pesar de la implacable, pero no muy afortunada persecución que le practicaban los mandos militares isabelinos don Isidro Alaix, don José Ramón Rodil y don Ramón María Narváez, entre otros, justamente antes de penetrar en la demarcación pacense, la fuerza carlista de Gómez consiguió una victoria importante al hacer capitular, el día 24 de octubre, la villa ciudadrealeña de Almadén, tras rendirse la guarnición liberal que resistió casi durante más de dos días el sitio de los carlistas. Como resultado de tal hecho, “los cristinos sufrieron diecisiete muertos, cuarenta y seis heridos y 1.767 prisioneros”[3].

Así, tras esta victoria y portando los carlistas una gran cadena de presos liberales, se presentó Gómez en Siruela el día 26, continuó hacia Talarrubias y pernoctó en Navalvillar de Pela. El 27 prosiguió su recorrido y llegó a Guadalupe por la tarde. El general carlista envió una avanzadilla, al mando del coronel don Francisco Fulgosio, para que le informase de la fuerza liberal allí establecida, y éste informó que en la villa guadalupana permanecía acantonada una fuerza de 1.500 individuos de los movilizados de Extremadura. Una fuerza para hacer frente a los carlistas que de muy poco sirvió, pues cayeron prisioneros 267 de los movilizados, otros tantos se presentaron voluntarios a engrosar las filas carlistas y el resto –exceptuando a unos cien -, tras arrojar las armas, se dispersaron voluntariamente. Este hecho inmediatamente tuvo su repercusión en otros puntos de la geografía extremeña, pues, exceptuando dos batallones que se hallaban uno en Badajoz y otro en Plasencia, “todos los movilizados de Extremadura se fueron a sus casas, quedando la provincia en la mayor tranquilidad”[4].

En Guadalupe, Gómez reflexionó acerca de sus posteriores movimientos. En este punto supo que el Puente del Arzobispo, camino natural hacia Madrid, estaba ocupado por 2.800 hombres al mando de don José Carratalá, lo que le hizo cambiar de estrategia –teniendo en cuenta que Alaix también estaba cerca de sus pasos- y decidió marchar hacia Cáceres. De este modo, la fuerza expedicionaria carlista continuó la marcha: el 28 pasaba por Cañamero y Logrosán para arribar el 29 por la tarde a Trujillo, tras haber pasado también por Zorita y Conquista de la Sierra, lugar este último en donde los carlistas realizaron una junta.

En Trujillo descansaron el día 30 de octubre, jornada que también fue aprovechada para ocuparse de varias cuestiones que conviene señalar. En primer lugar, se licenció a los Milicianos Nacionales que traían prisioneros desde Almadén. En segundo lugar, las tropas carlistas aprovecharon para hacerse con provisiones, pues aunque habiendo abandonado Trujillo las autoridades liberales, una gran cantidad de armas, vestuarios, camas, miles de reales o cientos de fanegas, no fueron puestas a salvo y todo ello quedó en poder de los carlistas[5]. En tercer y último lugar, se volvió a celebrar otra junta en la que intercambiaron opiniones los diferentes generales carlistas que componían la expedición, entre los que se encontraban don Ramón Cabrera, el Trigre del Maestrazgo, don José Miralles o don Joaquín Quílez, entre otros. El principal objeto de la misma fue “someter a su examen y deliberación en qué punto del Reino podría hacer la guerra este Ejército con más ventajas de la legítima causa del Rey N.S.”[6]. Tras una concienzuda deliberación, se decidió que don Ramón Cabrera “en la primera ocasión favorable” marchase a socorrer la plaza de Cantavieja (en Teruel), debido al sitio que estaba practicando sobre ella el general cristino don Evaristo San Miguel[7]. Decidida esta opción, Cabrera marcharía desde Cáceres.

Solventados estos asuntos, partieron para Cáceres el día 31, punto al que llegaron a las tres de la tarde “en medio de los vivas y aclamaciones de toda la población que salió a recibirnos”[8]. Este mismo día, el Vizconde de la Torre de Albarragena, título que ya destacó en durante el Trienio Liberal (1820-1823) por su adhesión a la causa realista, dio alojamiento al general don Ramón Cabrera[9].

Establecida la fuerza carlista en Cáceres sin encontrar ninguna resistencia, el día 1 de noviembre de 1836, festividad de Todos los Santos, Gómez aprovechó la parada para observar y adquirir noticias de los movimientos de las fuerzas liberales, principalmente de las mandadas por Rodil y Alaix, y para realizar varias cuestiones de intendencia. Por un lado, nombró, respectivamente, Comandante y Capitán de partida a los paisanos cacereños don Francisco Rincón -que no José, como citan algunas fuentes- y a don Genaro Morales, perteneciente este último a una “familia de la que habían sido algunos jefes realistas en tiempos de la revolución del año 20”[10]. Por otro lado, se dio libertad a un gran número de hombres que pertenecían al grupo de los prisioneros “después de habérseles tomado juramento de no volver á las armas en contra de la causa de don Carlos” [11] y se perdonó la vida “a un oficial y dos sargentos que habían hecho por su cuenta exacciones pecuniarias”[12]. También durante este día se trató de reunir dinero y hombres. Por lo que respecta al dinero, tenemos constancia que se realizaron varias exacciones, como la practicada al cura ecónomo de la Iglesia de Santa María, don Antonio Vives, a quien el tesorero de la tropa carlista exigió la cantidad de 1.000 reales[13]. En lo relativo a los hombres, Gómez circuló un bando para que “todos los mozos solteros se presentasen sin escusa alguna para que siguiesen con su compañía”[14] y también recibió voluntarios que engrosaron sus filas, destacando el caso del hijo del citado Vizconde de la Torre de Albarragena, don Narciso María de Cabrera, de veintiún años de edad[15].

Al tiempo que Gómez se encargaba de supervisar lo anterior, muy pendiente por otra parte de los movimientos de los liberales que tenían tomado el puente del Cardenal, decidió que don Francisco Rincón, recién nombrado Comandante de partida, con 40 caballos y 30 infantes se dirigiera a tomar el puente de Alcántara, lo cual logró con sus efectivos no sin entablar una refriega con el destacamento cristino allí acantonado y a pesar del riesgo que esto suponía para los carlistas al hallarse en la frontera portuguesa una fuerza del Gobierno liberal del vecino Reino que “amenazaba entrar en la provincia, si nosotros permanecíamos en ella o nos acercábamos a Portugal”[16].

Habiendo tomado el puente de Alcántara la avanzadilla carlista, el grueso de la expedición de Gómez salió para allá el 2 de noviembre por Arroyo del Puerco (hoy Arroyo de la Luz), pero a una legua de Cáceres tuvo que retroceder por la noticia de los movimientos de Alaix y Rodil. A su vuelta a la capital cacereña, fue cuando se produjo la marcha de don Ramón Cabrera hacia Aragón, la cual no debió de estar exenta de polémica debido a la disconformidad de éste último con las tropas que se debía llevar. El Tigre del Maestrazgo, cumpliendo órdenes, dejó el grueso de la expedición y el día 3 marchó por Valdefuentes a Montánchez, lugar donde pernoctó antes de pisar territorio manchego. Por su parte, la expedición abandonó también Cáceres y el día 3, pasando por Torreorgaz y Torrequemada, hizo noche en Torremocha, con la intención de marchar sobre Trujillo y pasar el Tajo por la barca de Almaraz. Pero las noticias que a los carlistas les llegaron en Torremocha les hicieron cambiar nuevamente de planes, puesto que Rodil se encontraba en Jaraicejo, Alaix en Siruela y que Narváez, “con una División de 5.800 hombres, de un día a otro debía incorporarse con el primero”[17]

Tras conocer esto y no contar Gómez con un auxilio seguro de alguna otra fuerza que saliera de las provincias del norte, decidió replegarse hacia Andalucía. Fijada esta nueva ruta, el día 4, pasando por Arroyomolinos de Montánchez y Almoharín, llegó a Miajadas, punto en donde pasaron la noche y se separaron de la expedición los jefes de partida ya citados, Rincón y Morales. Al día siguiente, el 5 de noviembre, pisaron ya territorio pacense, pasando por Villar de Rena y Rena, punto en el que vadearon el Guadiana construyendo un puente de carros y consiguieron 1.200 reales que les entregó su alcalde, e hicieron noche en Villanueva de la Serena. El día 6 pasaron por La Haba, La Guarda, Quintana y Zalamea de la Serena y el 7 abandonaron Extremadura, pasando por los núcleos de Berlanga y Ahillones, llegando a Guadalcanal, ya en la provincia de Sevilla.

Tras el abandono de Extremadura de la fuerza expedicionaria de Gómez, una nueva etapa de la guerra se abrió en nuestra región, y durante los últimos meses de 1836, todo el año de 1837 y el primer semestre de 1838, la causa de don Carlos conoció sus mejores momentos. Tan solo por citar algunas consecuencias inmediatas, el 2 de noviembre se declaraba en estado de guerra toda Extremadura; las villas valxertienses de Jerte y Cabezuela proclamaron a don Carlos como Rey de España y el 12 de noviembre, don Santiago Sánchez de León, logró ocupar Cabezuela comandando más de 400 hombres; por su parte, el jefe carlista don Francisco Rincón tuvo en convulsión a las tierras de Trujillo hasta bien entrado 1837 y entre las propias autoridades liberales extremeñas, tanto políticas como militares, se sucedieron diferentes conflictos, pues la descoordinación, el miedo y la confusión reinó en el conjunto de Extremadura como consecuencia de la irrupción de tamaña fuerza militar, la de mayor envergadura que había pisado su suelo desde el inicio mismo de la guerra en octubre de 1833, ya que informaciones nos hablan que la misma se componía de unos 12.000 hombres en aquel momento.


[1] El presente episodio es uno de los tantos que se recogen en nuestro estudio sobre la Primera Guerra carlista en Extremadura, que será publicado en formato libro a lo largo de los próximos meses.
[2] BULLON DE MENDOZA, A., La expedición del General Gómez, Madrid, Editora Nacional, 1984, p. 23.
[3] Ibíd., p. 153.
[4] DELGADO, J., Relato oficial de la meritísima expedición carlista dirigida por el general andaluz Don Miguel Gomez, San Sebastián, Ed. Gráfico-Editora, 1943, p. 64.
[5] Boletín Oficial de la Provincia de Badajoz, 16/03/1837.
[6] DELGADO, J., Relato oficial de la meritísima expedición carlista…Op. cit., p. 100- 102.
[7] BULLÓN DE MENDOZA, A., La expedición…Op. cit. p. 157.
[8] DELGADO, J., Relato oficial de la meritísima expedición carlista…Op. cit, p. 65. Aunque pueda parecer exagerado el recibimiento a las tropas carlistas, no lo descartamos ya que las autoridades liberales, que huyeron en masa de Cáceres, dejaron abandonada a su población.
[9] MORAL RONCAL, A. M.: “La nobleza española ante la primera guerra carlista”, Ayer, Nº 40, 2000, p. 204.
[10] DELGADO, J., Relato oficial de la meritísima expedición carlista…Op. cit., p. 66.
[11] DE GUZMAN, J. P., “Crónica de la provincia de Cáceres” en RUBIO, GRILO y VITTURI (Eds.), Crónica general de España ó sea Historia ilustrada y descriptiva de sus provincias, Madrid, Imprenta de J. E. Morete, 1870, p. 59.
[12] BULLON DE MENDOZA, A., La expedición… Op. cit., p. 159.
[13] Archivo Histórico Municipal de Cáceres (en adelante AHMCC), Libros de actas, sesión del 18 de agosto de 1837.
[14] AHMCC, Caja 19/115, exp. 23.
[15] AHMCC, Caja 19/120, exp. 9. Como es lógico, en esta documentación no se especifica que marchara voluntariamente con Gómez, sino que señala, en un listado realizado ya en abril de 1838, que “parece se lo llevó Gómez, con otros mozos de esta capital, el 4 de noviembre de 1836, según se dice de público, y cuyo paradero se ignora”.
[16] DELGADO, J., Relato oficial de la meritísima expedición carlista…Op. cit., p. 66.
[17] Ibíd., p. 67.


Para saber más:
  • BULLON DE MENDOZA, Alfonso, La expedición del General Gómez, Madrid, Editora Nacional, 1984.
  • DELGADO, J., Relato oficial de la meritísima expedición carlista dirigida por el general andaluz Don Miguel Gomez, San Sebastián, Ed. Gráfico-Editora, 1943.
  • RECIO CUESTA, Juan Pedro, “Guerra y contrarrevolución durante el siglo XIX. La primera carlistada en la provincia de Cáceres”, Revista de Estudios Extremeños, T. LXIX, Nº 1, Enero/Abril, 2013, p. 337-360.
Artículo publicado dentro de la actividad Historia Corta, puesta en marcha por la Asociación de Jóvenes Historiadores de Extremadura: http://extremadurarevistadehistoria.com/ajhex/actividades/historia-corta/cuandoloscarlistasocuparoncaceres/ 

jueves, 8 de mayo de 2014

1 DE MAYO DE 2014: UN DÍA PARA LA HISTORIA DE TORNAVACAS



"Familia, paisanos, amigos, concejala del Ayuntamiento de la villa que fue Tornavacas, queridos y valientes socios y responsables del Grupo de Montaña y Senderismo. El motivo que hoy aquí nos tiene reunidos no es otro que inaugurar este robusto monolito de piedra con una inscripción latina tallada, que hace referencia directa a la batalla que, según tradición constante desde hace varios siglos, da nombre a nuestro pueblo y esta noche, por cuarto año consecutivo, se vuelve a representar.

Fotografía cedida por Soraya Lucas Luengo
 
La instalación e inauguración de este monolito no se hace por un simple capricho pasajero, ni tampoco es un acto sin justificación. Entonces, ¿por qué hoy, 1 de mayo de 2014, se hace realidad esta brillante idea?


Fotografía cedida por Soraya Lucas Luengo
Aparte del empeño y del buen hacer del Grupo de Montaña y Senderismo, como historiador, no puedo menos que hacer referencia a hechos del pasado para otorgar una justificación basada en una documentación que, afortunadamente, ha llegado hasta nuestros días. Como ya dio a conocer un paisano valxertiense y, para mí, ejemplo de afanado investigador y buen conocedor de nuestras raíces, como es Fernando Flores del Manzano, la inscripción que tenéis ante vuestros ojos fue dada a conocer por el párroco tornavaqueño a finales del siglo XVIII (década de 1780) al geógrafo don Tomás López, quien trabajaba al servicio de la Monarquía de Carlos III. El párroco señalaba que dicha inscripción estaba tallada en una gran piedra, a modo de monumento, que él mismo había visto y que estaba colocada en la raya del Puerto, sirviendo de límite con Castilla. Además, también relataba que en el escudo de la villa aparecía una vaca con teas encendidas en las astas, lo que viene a decir que muy probablemente la leyenda de la batalla contra los andalusíes estaba muy presente desde el momento mismo del nombramiento de Tornavacas como villa, como de igual modo ha permanecido durante el paso de los siglos, hasta el punto de que en el primer sello  de caucho que utilizó el Ayuntamiento tornavaqueño en la década de 1870 aparece una vaca con unas teas en sus cuernos.
 
Fotografía cedida por Soraya Lucas Luengo
Por último, el lugar en donde nos hallamos, la “cimará” del pueblo, teniendo al pie la Fuente de los Mártires, tiene un significado simbólico similar al Puerto, ya que de aquí parte el camino hacia Castilla, esa tierra casi hermana para nosotros, pueblo de frontera, que se abre según cruzamos nuestro Puerto.

Por ello, haciendo gala de nuestra historia, tornavaqueños, ahora nos toca a nosotros seguir transmitiendo el legado que nos han dejado nuestros antepasados. Ahora más que nunca, en un mundo cada vez más globalizado y en donde los localismos están vistos como puras reminiscencias folklóricas, hemos de conservar y potenciar lo propio, lo que nos caracteriza como pueblo, como unidad, como gentes que comparten temporalmente –pues nada es eterno- un lugar que destaca por su atractiva y prolongada historia. 

Para finalizar, no puedo dejar de mencionar la inolvidable frase acuñada por Gustav Malher -compositor y director de Orquesta austríaco de finales del siglo XIX y principios del siglo XX y muy reconocido en su tiempo-, pues señalaba que la tradición es la transmisión del fuego [y] no la adoración de las cenizas. Y eso es lo que estamos haciendo con estos actos. Y lo mejor y más satisfactorio es que es una tarea que estamos asumiendo entre todos. Sigamos así. Muchas gracias".

Tornavacas, 1 de mayo de 2014

Juan Pedro Recio Cuesta

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La inauguración del monolito y la representación de la leyenda que da el nombre a un pueblo en la prensa regional:


Tornavacas revive su antigua leyenda